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TAGORE, EL "PANAL ETERNO" DE JUAN RAMON JIMENEZ
Shyama Prasad Ganguly
Profesor de la Universidad JNU de la India
Tomo prestado la expresión juanramoniana ‘panal eterno’ para describir a lo que fue el titánico vate indio --- Rabindranath Tagore (1861-1941), Premio Nóbel de literatura en 1913. Su natalicio y fecha de muerte se conmemoran con mucho entusiasmo en la India y en Banladesh. Eso se hace a pesar de que él mismo advirtiera anticipadamente a todos sus paisanos de no convertir estas fechas en ceremonias simbólicas y formales. En realidad la importancia de Tagore va mucho más allá de esas ceremonias de cariz decorativa habitual que celebramos todos los años aunque sin duda expresan una constante ocupación con todas las facetas de su producción creativa. Pero el tratamiento del tema tagoriano en el extranjero, seguramente debido a la distinta actitud de recepción del público lector u oyente, necesita una orientación distinta de la que suele ocuparnos en nuestro entorno. Aunque el Tagore que se conoce en la mayor parte del occidente en general sea muy incompleto y poco estudiado, resulta paradójico que su recepción hispánica haya sido mucho más penetrante y duradero que en otras partes del mundo. Al menos en España y América hispánica la emoción popular de sus primeros recuerdos y la cálida recepción posterior han asegurado la eterna admiración de su quehacer poético por parte de muchas generaciones, lo cual justifica la expresión “panal eterno” utilizado para la creación de Tagore por el propio Juan Ramón Jiménez. Desde el punto de vista de desarrollar algún canon literario universal, parece más trascendental estudiar este proceso de la recepción mutua entre culturas en vez de intentar a centrarse en la obra total de alguna figura literaria de otro sistema epistemológico. Juan Ramón, Premio Nóbel español, fue el máximo creador del espacio tagoriano bajo el cielo hispánico con el don de su propio acento y música mucho más superior a las versiones inglesas. Pero no fue solo traductor de un gran número de textos tagorianos. Fue un verdadero receptor que trató de responder al mundo creativo de Tagore. Es esta calidad de receptor lo que nos interesa más en una ocasión como ésta para sondear el camino de una fecunda conciliación entre lo oriental y lo occidental. Eso sin duda supone ignorar especialmente la felicidad métrica y dicción poética así como la tremenda pasión de la lírica cancioneril de la versión original en la lengua bengalí en que escribió Tagore. Aquel reino será para siempre inalcanzable en otros idiomas. Pero las primeras traducciones de su obra en español son un supremo ejemplo de logro expresivo y cohesión lírica. Tagore no hubiera podido topar con mayor suerte en este sentido. Pasternek en ruso y la pareja Jiménez en español. Así se explica su supervivencia tan duradera en los dos idiomas. Pues leer a Tagore en español es leer a Juan Ramón y en la lectura de la propia creación de éste a partir de su fase conceptual (Diario de un poeta recién casado) gravitan misterios de la estética del creador bengalí. Es abrumador pensar que esta recepción juanramoniana se produjera por intermediación indirecta de otras lenguas como el inglés y el francés. Seguimos esperando que algún día no muy lejano algún poeta de habla española aprendiese suficiente bengalí para realizar versiones directas no sólo de la poesía sino de otros géneros como el cuento, la novela, el ensayo, el teatro, la pintura y la música, el pensamiento y el trabajo social etc., géneros que en general siguen siendo desconocidos. Curiosamente tenemos ya algunos felices resultados en la materia en el ámbito anglo-bengalí. Antes de entrar en el tema de lo que en realidad puede denominarse el homenaje creativo de Jiménez a Tagore, cabe aclarar una polémica que ya es historia. Se trata de que la recepción de Tagore en España muestra haberse evolucionado mediante un interesantísimo proceso dialéctico en que el vate oriental queda sometido a pruebas durísimas no sólo de la literatura máxima ante los “carabineros” literarios occidentales sino también de parte de aquellos sospechosos críticos para los que resultaba anatema la entrada de una filosofía ajena de vena oriental en el ámbito del espíritu materialista y realista del occidente. Basta con que señalemos algunas críticas de esta naturaleza. Emilia Pardo Bazán le acusa a Tagore de un soñador perteneciente a una raza creadora de sueños pasivos lejos de la tradición de vena real y activa del occidente; a Eugenio D’ors le parece ‘almohada de pajas” su poesía; Vicente Risco, conocido al principio como “hermano de Tagore” por su gran afición, se arrepiente y le abandona por juzgarle demasiado místico y confundido. Pero, por otro lado surgen los admiradores destacados como Gregorio Marañón, Manuel Machado, Gerardo Diego, Ortega y Gasset, Emilio Gasco Contél. Ramón Gómez de la Serna, Ricardo Gullón, Diez Canedo etc. Los polos opuestos del debate vivo sobre la influencia de Tagore en Jiménez se presenta de manera muy estudiada en los trabajos de Graciela Palau de Nemes y Seferino Santos Escudero. Los dos últimos autores, a mi modo de ver, quizás representan los dos polos opuestos de ese debate sobre la influencia. Palau de Nemes cita los más alegados libros de influencia “Platero” y “Diario” para rotundamente negarla y Santos Escudero cita en gran detalle la colección posterior “Dios deseado y deseante” para afirma con igual rigor los elementos objetivos de la existencia de tal influencia. Pero, por encima de todo, Tagore consigue la máxima aprobación del público español. Y esto se evidencia en el éxito editorial en la venta de sus libros en esa época y que no ha perdido su ritmo hasta nuestros días. En esa época, porque, como afirma Francisco Garfias, su nueva lírica “estremece y refresca un poco la poética reseca de yeso del momento español” cuando “se echaba de menos en España una poesía más intima y natural …comunicada al oído, olorosa a campo soleado, a hontanar sorprendido” y es precisamente “en el poeta bengalí a través de Juan Ramón (que) tomaron muchos de los poetas de la generación siguiente sus jugos más sabrosos… “ En el ámbito hispanoamericano este jugo se manifiesta en diversos grados en la repercusión que tuvo Tagore en los trabajo de tantas personalidades de este continente como Pablo Neruda, Joaquín V. González, José Vasconcelos, Victoria Ocampo, Eduardo Lanuza, etc.
Adentrémonos ahora en el prometido tema concreto de la presencia tagoriana en la creatividad de Jiménez. Es posible encontrar en las obras de éste muchos versos o pensamientos que son ecos de las Upanishadas o de Tagore. Pero no queremos entrar aquí en tales especulaciones. Veamos algo más concreto. Opino que el análisis de dos conjuntos de materiales nos proporciona una base firme para abrir de nuevo el tema de la recepción de Tagore en Jiménez, tema tan debatido y vehementemente refutado por algunos juanramonistas e incluso por el mismo Jiménez. Uno se refiere a los “colofones” líricos que escribió Juan Ramón como reacción creativa a su lectura de las diversas obras de Tagore que compone el grueso de la obra escogida traducida por el matrimonio Jiménez. El otro se refiere a la firme y decisiva impresión que ofrece el conjunto de cartas que Zenobia escribió a Tagore durante los años de la labor de la pareja Jiménez con respecto a las traducciones. La consideración de estos dos elementos junto con un estudio cuidadoso del desenvolvimiento filosófico y creativo posterior a 1916 (la llamada poesía desnuda) así como los propios testimonios de Juan Ramón quien dedicó cinco poemas pequeños a Tagore, descubiertos en fechas relativamente recientes, nos conducen a pensar en que Tagore fue una de las fuentes mayores y constantes de la escritura de Jiménez. Mejor dicho, estos elementos vistos en su totalidad nos permiten entrever aquellos rasgos de su obra que se inspiran directa o indirectamente en la duradera y silenciosa compañía con algunos grandes escritores de la que disfrutó Jiménez, siendo Tagore uno de los principales entre ellos. Y es esta compañía la que fue garantía para la perduración de Tagore en el ámbito hispánico. Es absurdo que la incomparable asociación constante de más de una década con la poética de Tagore, cuya manifestación física asciende a más de mil doscientas páginas de traducción en letras de imprenta, no le hubiera permitido a Juan Ramón ahondarse en y empaparse del mundo poético de Tagore y es aún más improbable que la labor de seguir con el trabajo de traducción y su renovación por tanto tiempo no se basara en una compulsión interna del propio Juan Ramón de llegar a la captación poética y un vislumbramiento de una poesía “verdaderamente extraordinaria”. Durante ese fase de su evolución alrededor de 1915 sabemos por sus propias palabras cómo sintió la necesidad de inspirarse en una tradición poética extranjera. De su intensa labor con la obra tagoriana en esa fase, era natural que quisiera enriquecerse de los elementos teórico-filosófico, simbólico y expresivo que respondieran a los planteamientos que surgían desde el interior de su ámbito literario-cultural y personal.
Entre los dos conjuntos de materiales ante referidos podemos ahora examinar los pre-textos o “colofones” literarios que escribe Juan Ramón en homenaje a algunas obras de Tagore. Aunque no abordamos aquí el otro tema del material epistolario, cabe señalar que aquello también constituye un vivo testimonio de la manera en que Tagore había invadido la existencia físico-síquica de la pareja Jiménez por años seguidos. En cuanto a los colofones, es curioso ver cómo casi todos los críticos españoles de la obra juanramoniana han ignorado y descuidado la realización de algún análisis de estos once textos si no por su valor dentro del corpus literario español de este siglo, ni siquiera para entender mejor el mundo poético del mismo Juan Ramón. A nuestro modo de ver estos textos cantados a la grandeza de las obras de Tagore superan en calidad y forma poética y creativa la introducción de W. B. Yeats en homenaje a Gitanjali (La Ofrenda Lírica). Asimismo cabe decir que una cabal comprensión de Jiménez no puede lograrse sin fijar en estos textos expresivos de su receptividad y ahí entra Tagore en su evolución. Podemos descartar como afirmación exclamativa cortés cuando Jiménez califica a Tagore en una carta a María Martos en 1915 como “un poeta realmente extraordinario y verdadero” pero preguntamos si es posible rechazar también la afirmación rotunda de Zenobia, testimoniando un momento histórico tras publicar 15 tomos de traducción de la obra de Tagore cuando en una de sus cartas escritas en 1919 dice a Tagore: “Creo que podrá entender cómo constantemente ha sido Vd. nuestro compañero espiritual desde el momento en que comenzamos a conocerle hace cinco años. Ha sido una compañía maravillosa y parece que Vd. se ha compenetrado en todas las cosas nuestras.”
Esa compenetración es la que abunda en los llamados colofones líricos. Estos textos no son encomios cantados a Tagore ni tampoco preceden como comentarios críticos a los textos traducidos. A veces tienen menuda relación con los temas de las obras a lo que pretextualizan. Pero son pretextos para expresar la íntima respuesta de Juan Ramón a Tagore.
Son textos independientes y expresan la propia filosofía sobre el misterio de la existencia y la poética de Juan Ramón y algunos parecen sugerir la idea como si estuviera él dialogando con Tagore. Al leerlos, uno pregunta ¿si no estaba Juan Ramón buscando en Tagore la afirmación de su propia poesía y de su visión del mundo, el weltenshaung?. ¿O acaso estaba explorando el camino para una nueva poesía y el reinado de una experiencia poética nueva, sirviéndole estos colofones de pretexto para tal exploración? Es legítimo preguntar por qué se nota tanta exuberancia por parte de Juan Ramón al responder y reaccionar a la obra de Tagore especialmente justo en aquel momento cuando está pidiendo de la Inteligencia, “el nombre exacto de las cosas” y por qué más tarde recordando a Tagore le surgen estos versos:
Dónde está la palabra, corazón.
que enternezca de amor al mundo duro;
que le dé para siempre -y solo ya-
fortaleza de niño
y defensa de rosa?
Y asimismo estos otros que le hace recordar la estrecha relación entre la vida y el verso a raíz de su experiencia vital de la fase tagoriana:
Versos, cálices puros
donde vierto mi sangre, sin perder una gota,
donde mi vida se hace nueva,
no derramado, en vano, por las cosas;
versos, manos amantes,
que guardaréis por siempre, entera
el alma de mis manos!
mis piernas y mis alas!?
Estos versos recordativos publicados posteriormente a su muerte nos señalan en qué medida ve Juan Ramón en Tagore el ejemplo a seguir en su propia búsqueda de la expresión exacta de las cosas a través del arma de la palabra.
El primer testimonio del reconocimiento de esa admiración verdadera de Juan Ramón hacia el extraordinario mundo poético de Tagore lo vemos en sus versos introductorios escritos para “La luna nueva”, la obra en que Tagore inmortaliza la realidad soñada de la infancia. Reproducimos abajo las primeras dos unidades de ese colofón lírico:
Estás aquí, sí; te sentimos con nosotros…Pero en dónde estás? Juegas en tu aldea, entre los lirios soleados, y te oímos hablando solo, cuando la brisa abre la retama de las playas, platón de tus barquitos de papel; ¿o estás ya en el cielo, barquero de la luna, derramando un rayo azul en el desvelo de tu madre? Una infinita frescura ,una terneza sin fin nos dicen, no sé cómo ni por qué que existes. Pero dónde? Te hemos conocido, sí; pero tú, ¿nos ignoras? Te vemos sin que tú nos veas, absorto en tus ensueños; ¿o nos habías tú visto ya por el borde blanco de una nube negra, una noche de estío, sin que nosotros lo supiéramos?
Estos versos demuestran la profundidad y el afectuoso ardor de la respuesta de empatía de Juan Ramón frente al mundo de Tagore. El se da cuenta de que los poemas en prosa de “La luna nueva” no son meros poemas para y sobre los niños, sino que son conmemoraciones solemnes de la niñez misma. Ese mundo particular creado por Tagore trasciende los límites del ámbito definido y finito oriental y, adquiere la dimensión infinita universal en la percepción de Juan Ramón mediante el sentir del latido y existencia del niño tagoriano en su esencia., aún cuando el poeta de Moguer no pudiese visualizarlo en términos concretos. El percibe su presencia y lo acepta como parte de una realidad desconocida pero aún así puede hacer que su sentimiento alcance penetrar en el interior de las fronteras de lo desconocido. El niño indio trasciende paulatinamente sus límites nacionales y se encuentra fundido en el niño eterno. Esa percepción y adecuación hace que se le calificara a Juan Ramón como “hermano de Tagore” puesto que no obstante el enajenado paisaje del niño indio, él lo percibe en toda su plenitud. Más todavía, Juan Ramón capta el proceso literario por el que Tagore consigue proyectar ese mundo y por consiguiente añade en su voz personal una nueva armonía y un toque de ternura para darle vida bajo el cielo español.
Esa compenetración profunda de Juan Ramón en el mundo tagoriano y su capacidad para lograr trasformarlo en algo que fuera parte integrada de su propio mundo poético, señala un proceso mucho más complejo que la simple influencia de alguna idea o expresión o imagen de un poeta extranjero en otro. En este proceso no importa si su comprensión de Tagore era correcta o no. Lo pertinente es la manera en que él entiende a Tagore, y el Tagore que entiende es parte de su propia personalidad poética. En este estriba el poder de su receptividad.
Consideremos otro colofón lírico que precede al texto tagoriano de la obra teatral el “Cartero del rey”, al que titula Juan Ramón “Canción a Amal muerto”:
Duerme…Sada no te ha olvidado, y el Rey viene esta noche, Amal. Duerme tranquilo, duerme; que cuando despiertes, verán tus ojos las flores de Sada en tus manos, y el rostro del Rey en tu rostro. Duerme. Duerme bien. No te importe dormirte del todo… Duerme para siempre, niño, que vas a ver la Estrella polar en su gran palacio negro! Duerme en tu cuarto abierto ya de par en par a tu alma. Las mismas estrellas, que saben que eres Amal, te traerán, a la hora en que venga el Rey. Duerme…De tu jardín eterno sé que volverás, Amal, porque esperan tu despertar, en tus manos, las flores de Sada…..Duerme…
Este colofón se armoniza perfectamente con el espíritu tagoriano evocando los momentos más conmovedores de la obra. Aquí Juan Ramón comprende que para Tagore la muerte y la vida se fusionan en el mismo plano de existencia con fácil acceso de ir y venir de un plano al otro. El niño protagonista, Amal, se va acercando a la muerte para la consecución de un deseo que define su ser presente. El quiere todo lo que ve y se desliza hacia el dormir eterno para poder ser llevado al otro lado de la montaña al soñado palacio del rey, de quien esperaba una carta cuando aun tenía los ojos abiertos.
Juan Ramón perfectamente entiende esta función del eterno dormir del niño inocente y lo trata como si fuera una continuación espontánea de la existencia, al mismo tiempo queda a la espera de la vuelta a la vida de ese niño. Al poeta, que tuvo tanto miedo a la muerte, esa sensación o sentimiento produce gran exuberancia y él lo vuelca en su lírica. La viva reacción filosófica de Ortega y Gasset tras leer la traducción añada más sustancia al colofón lírico de Juan Ramón. Dice él “no hemos hecho otra cosa en la vida que esperar la carta inverosímil” y que “callamos todas esas pueriles esperanzas de mágicos acontecimientos que, sin embargo, son el último resorte de nuestra existencia”. Juan Ramón percibe en clara luz el significado de ese niño cuando dice: “Todos los grandes espíritus han sabido escuchar, por debajo de los ruidos exteriores de la vida, la alegría y el llanto del niño que llevamos dentro.” … “Sólo vivimos verdaderamente las horas que él (este niño en nosotros) logra vivir. Somos personas formales en los días vulgares de nuestra existencia; pero en las cimas de la vida, en el sumo dolor o dicha máxima, el niño en nosotros reaparece”. Juan Ramón ha podido penetrar en ese personaje de Tagore y sacar eclécticamente el nuevo sentido del símbolo que es Amal para entender la importancia de un aspecto vital de la realidad del ser. No puede ser en ninguna manera superficial esta reacción colofónica sin un profundo impacto al hacerle a Juan Ramón aproximar a una visión filosófica de la totalidad que es la vida y la muerte, la experiencia existencial y el deseo, el ser actual y el niño dentro, y por qué no la prosa y la poesía;, todos formarán un conjunto indisociable de una corriente infinita.
Pero no todos los versos preliminares expresan semejante conexión temática aunque son igualmente significativos en conocer la relación que Juan Ramón entabla con Tagore. Por ejemplo, el texto que precede a “La cosecha” puede ser entendido perfectamente sin recurrir al texto de la obra de Tagore. Es casi como una creación independiente que por cierto no ha sido valorada por la crítica. Pero el propio tema del poema, una intensa lucha entre un mundo lleno de violencia o desorden y el otro ordenado, basado en los principios de la verdad, emerge y se desarrolla a través de la participación de Juan Ramón en la visión tagoriana. El crea la metáfora de un viento feroz batiendo al universo y estorbando el ritmo de la vida y de la naturaleza por algunos momentos pero que al final se calma y así queda restituido el orden que sostiene la vida. Pero él también habla de una melancolía ---“qué tristeza, qué tristeza, qué tristeza,” exclama ---que es una idea plenamente suya y no tiene cabida en “La cosecha” de Tagore. ¿Qué es lo que sucede? “La cosecha” de Tagore, siendo una colección de poemas de varios estados anímicos escritos a lo largo de muchos años-hecho desconocido por Juan Ramón o por otros que leían a Tagore en inglés - no tiene ninguna unidad temática ni anímica. Pero Juan Ramón observa una tensión interna en estos pomas, algunos de los cuales son diálogos íntimos entre el poeta indio y su Dios, y otros que son erupciones dolorosas de un hombre cuya fe en el orden mismo de las cosas está siendo sacudida. Aquí Juan Ramón no interpreta a Tagore ni le pregunta, sino que reacciona apasionadamente y crea su propio poema. Él descubre su propio mundo en “La cosecha” pero aun así sabe que el mundo puesto en orden que crea Tagore es momentáneo; es posible pero no real. El colofón de “El jardinero” subraya esta actitud aun más marcadamente. Estos poemas le hacen revivir las memorias de su niñez y con la ayuda de imágenes concisas como “pies desnudos” y “olas” “tiera fresca” e “illusion pura” él crea su propio mundo de dualidad. Se de cuenta de que este jardín es un paraíso sobre la tierra donde sólo se le permite la entrada a aquél que es “dueño de su carne mejor:. El mundo de “El jardinero” es totalmente humano y se diferencia radicalmente del mundo de “La ofrenda lírica” (Gitanjali). Los poemas de El jardinero’ son poemas de amor, libre de todo elemento místico que atraviesa los poemas de “la ofrenda lírica”. Juan Ramón no encuentra ninguna experiencia mística en ellos, sin embargo observa un conflicto entre la sensualidad y el deseo de transcenderla. Este conflicto es esencialmente propio del poeta onubense y lo proyecta a través de Tagore. El encuentra en “El jardinero’ “una noche” “feliz de vivos sueños”. No le importa cuánto dura pero cree en su fuerza. El mundo de Tagore es verdadero pero no es toda la realidad. De hecho es así como la naturaleza del universo --- la paradoja de lo puramente verdadero y lo que no es tan verdadero --- queda al descubierto ante el poeta quien versifica semejante idea en las siguientes líneas en su famoso Rosa del mar:
La luna blanca quita al mar
el mar, y le da el mar. Con su belleza,
en un tranquilo y puro vencimiento,
hace que la verdad ya no lo sea,
y que sea verdad eterna y sola
lo que no lo era Sí.
Sencillez divina,
que derrotas lo cierto y pones alma
nueva a lo verdadero!
Rosa no presentida, que quitara
a la rosa la rosa, que le diera
a la rosa la rosa! (Diario…)
De esta manera el rasgo más relevante es la proyección de su propia psique en poemas que supuestamente tienen el propósito de presentar las obras de Tagore al lector español. La obra teatral “Malini’, por ejemplo, que proyecta un conflicto agudo de ideologías entre dos hermanos, le parece a Juan Ramón como una obra donde todas las contradicciones quedan resueltas, donde es ilusión la dualidad. El colofón lírico a la obra sí que se vincula al drama pero en la medida que se desarrolla la imagen compleja del cielo y la tierra, Tagore se retira el telón de fondo y Juan Ramón aparece en plena gloria:
Todo tierra, cielo todo; un único paisaje entero,
El universo, como el sentido, como la cadencia, de decir: Amor!
Es así, como opera Tagore en el ánimo de Juan Ramón. Este no toma prestado de Tagore, ni le imita ni copia. En cambio, entra en el mundo de Tagore y retoma al suyo lleno de nuevas intuiciones y con estímulos de una amplia conciencia cosmovisionaria. No nos sorprende por lo tanto que los estímulos vitales de la nueva conciencia le ayudan a superar los elementos que tanto caracterizaban su poesía hasta ese momento cuando inicia su experiencia tagoriana y le preparan para los planteamientos más allá, de la nada, del tormento, dolor, tristeza, angustia, etc., que se repetían en su poesía anterior.
Dentro de nuestro espacio limitado no podemos analizar todos los once colofones. Pero creemos que los ejemplos aquí incluidos demuestran cómo este tipo de recepción literaria, que se ha dado rara vez en la historia de la literatura moderna, explica el proceso y modalidad de la operación creativa por la cual un poeta extraordinario funciona dentro del ánimo del otro verdadero. El testimonio de esa relación silenciosa lo da el propio Juan Ramón cuando en su último colofón “Cenizas de Rabindranath Tagore ,” escrito ocho años después de la muerte del poeta bengalí, crea una imagen con la cual se nos quiere comunicar cómo no podían ser otras manos sino las suyas en las que llagara, por vía del Ganges y el mar total del mundo, la espumosa ceniza de Tagore”. La última frase del colofón aclara: “Por qué no hubieron de venir hasta mi mano, que ayudó a dar forma nuestra española al ritmo de su inmenso corazón? “ Pues no cabe duda de que mucho antes de hacerse parte íntegra del ”mar total”, Tagore se había hecho parte íntegra del la vida creativa de Juan Ramón.
No en vano salieron de la pluma de éste los versos que pueden perfectamente describir la naturaleza de su relación con aquél:
La luna blanca quita al mar
el mar y le da el mar…
Y si Tagore recibe la entrada en el mar poético español es porque Juan Ramón se la brinda pero al mismo tiempo éste sigue recordándole a él hasta mucho después, al querer hacer de sus propios versos:
….manos amantes,
que guardaréis por siempre, entera
el alma de mis manos!
mis piernas y mis alas!
Qué más elocuente testimonio de un verdadero homenaje a Tagore que este praxis de conciliación poética imbuida por un poeta cumbre occidental con material de inspiración oriental!
*Este texto fue elaborado a partir de las ideas desarrolladas, en colaboración con el finado profesor y renombrado especialista en las literaturas comparada y bengalí Sisir Kumar Das, en el libro en la lengua bengalí Saswata Mouchak, Rabindranath o Spain, escrito por ambos y publicado por la casa editorial “Papyrus”de Calcuta en 1987.